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LAS VIOLETAS

Escribí este relato inspirada en el tema Un ramito de violetas de Cecilia hace más de una década, en colaboración con la artista plástica y acuarelista Rosa Prat Yaque, que realizó la imagen de portada.

Por aquella época yo era bastante novata en redes sociales... Algo de eso volqué en este relato.

Este mes se cumplen cincuenta años de la trágica desaparición de Cecilia, valga esta republicación como homenaje.

Diseño digital de Rosa Prat Yaque



LAS VIOLETAS


Ella


Terminó de barrer la cocina. Se llevó una mano a la cabeza y sujetó un mechón rubio que insistía en explorar su mejilla mientras echaba una mirada furtiva hacia la luz que asomaba al fondo del pasillo. Allí, en la sala, absorto en la película de turno, se encontraba su marido. Aquel era su feudo, el lugar donde empleaba horas enteras de un tiempo libre que había desbaratado su rutina diaria. Antes de la jubilación fueron las prisas del día a día y su obsesiva dedicación al trabajo las que labraron entre ellos el silencio y la incomunicación. Tras el retiro poco les restaba ya por compartir.

Fue entonces cuando ella decidió buscar una ocupación. Descartó la gimnasia, el yoga, los talleres de pintura… Consideró el ponerse al día con las nuevas tecnologías, se compró un ordenador y se apuntó a un cursillo para adultos. Siempre fue una mujer moderna e inquieta. Habilitó el trastero como despacho. Al principio le pareció pequeño pero pronto fue consciente de que el mundo al que iba a acceder no se expandiría más allá de la pantalla y su imaginación. ¿Para qué más?

Se sentó en la silla de escritorio y abrió su correo para revisar las notificaciones. Entró en su perfil de la red social a la que tanto se había aficionado en los últimos días. Lo primero que hizo fue revisar sus privados. Una amiga del barrio que reclamaba su café semanal, un saludo de un nuevo amigo de Argentina, y él. Todas las noches a la misma hora le mandaba preciosas fotos de flores y cuando supo que las violetas eran sus preferidas, desarrolló una habilidad especial para no repetirse. Aquellas flores le traían nostálgicos recuerdos de su noviazgo y ahora, tras años de olvido, aquel hombre, que no dejaba de ser un extraño para ella, se las regalaba cada noche.

No era guapo, pero sí agradable, tenía dos años menos que ella y vivía en otra comunidad, a unas diez horas. Casado, infeliz. No lo ocultaba, ella tampoco. Educado, sensible, detallista y algo melancólico. Con él se podía hablar sobre cualquier tema.

Hablar. Y sentir que sus palabras eran escuchadas, que trascendían las grafías para crear un vínculo en su interior. El vínculo de una amistad profunda, de una complicidad especial, de un cariño incipiente.

¿Qué tal te ha ido el día, Adela?

Él


Un sudoroso Bruce Willis salta de un edificio en llamas, pero Germán no presta atención. Está demasiado ocupado en teclear en su móvil de nueva generación. Se lo compró dos meses antes, en un arrebato. Eso es lo que se decía a sí mismo, pero en realidad lo hizo siguiendo un plan premeditado.

Celos. Empezó a sentirlos cuando Adela comenzó su periplo en Internet. Ella comentaba demasiado a menudo lo mucho que disfrutaba en el mundo de las redes sociales. Y luego callaba. No hablaban apenas, Adela era una persona reflexiva e introvertida.

La adoraba, pero no tenía más remedio que reconocer que le costaba llegar a su interior. Recordaba su noviazgo y los primeros años de matrimonio como una época envuelta en un halo de romanticismo que prometía toda una vida llena de felicidad. No podía afirmar que hubieran sido desagraciados el uno con el otro, pero sentía que sus múltiples responsabilidades laborales lo habían alejado de ella.

Y ahora, Internet. ¿Cómo era la Adela en aquel medio en el que la intimidad era exhibida sin pudor?

Y entonces se le ocurrió la idea.

¡Lo que le costó entender el funcionamiento de aquel artefacto!

Y luego la cuenta y su perfil…falso, por supuesto. Eso requirió una infraestructura y estrategia realmente complicadas. Robo de foto de perfil (“guardar imagen como”) y la construcción de un simulacro de vida.

Menos mal que a diferencia de su mujer que tuvo que asistir a clase, él sabía manejarse en Internet, pero aun así, era realmente incómodo hacer todas esas operaciones en un móvil, por muy moderno que este fuera, para alguien que no estaba acostumbrado a ello. No le resultó complicado hacerse aceptar por su mujer. La foto de perfil ciertamente agradable y su trato amable facilitaron la tarea. Poco a poco fue urdiendo una trama cotidiana y para todos los públicos. No deseaba que su mujer se enamorara de su avatar, sino acercarse más a ella y evitar, todo hay que decirlo, que otro lo hiciera. Se propuso crear vínculos profundizando en los gustos de Adela. Las violetas… las violetas se convirtieron en su regalo fetiche. Eran las flores favoritas de ella y la canción de Cecilia quedó grabada en el corazón de ambos cuando iniciaron su noviazgo. El día del cumpleaños de Adela siempre se presentaba con un ramito de violetas.
¿Hace cuánto tiempo que dejó de hacerlo?
Inmerso en sus pensamientos, no se dio cuenta de que tenía una notificación.

Jorge, quiero conocerte.


Relato: Moon Naciente

Acuarela: Rosa Prat Yaque




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